Esta semana hice algo que me prometí hacer de casada, pero
pocas veces cumplí con rigurosidad…salir con mis amigas. El martes vinieron a
mi casa a echar cuentos dos de mis más quierdas amigas y el jueves salí a cenar
con otro grupo, uno que desde hace casi una década nos juntamos siendo todas de
diferentes nacionalidades y que con todas compartimos algo en común, mujeres
indepentiendes, que aman la vida y que celebramos y nos apoyamos unas a
las otras.
No puedo culpar a Felipe porque él siempre fue el primero en
celebrar e impulsarme a salir con ellas. La responsalibildad de no cumplir con
la promesa fue cien por ciento mía. ¿Por qué lo hice? Muchas noches cuando
estaba a punto de salir de mi casa, me congelaba y me echaba para atrás. Las
razones eran muchas, que si no encontraba que ponerme, que estaba cansada y la
más común… ¡para que salir a gastar plata si es más fácil ponerme pijamas y ver
Netlfix!
En fin, con el pasar de los años, fui cancelando esas
invitaciones y me quedaba en casa, y después me tocaba ver en sus perfiles
fotos de lo bien que se la pasaron sin mí. Hasta el punto que me creía la
mentira que seguro nadie me extraño y mejor que no salí porque de pronto ya no
erámos tan amigas como antes.
La semana pasada, cuando publiqué mi primera entrada en este
blog como Soltera de Vuelta, fue que comprobé lo errada que estaba. Las
primeras en escribirme fueron esas amigas a las que llevo años inventado
excusas para no ver. Una a una fueron apareciendo, desde las que viven en esta
ciudad, hasta las que viven a 10 horas de diferencia en lugares distantes del
mundo. Todas con la misma narrativa y buena energía, para saber cómo estaba y
para ponerse a la orden para lo que necesitara.
Y disfrutando esas dos noches esta semana con ellas, me
pregunté… ¿por qué deje de hacerlo? Echando el reloj para atrás, ahora pienso
que mucho tuvo que ver que no me sentía bien conmigo misma. Llámalo matrimonio,
mi cuerpo o trabajo, siempre había una excusa para justificar que era mejor
quedarme en casa. La verdad es que no estaba feliz y no quería verlas, porque
sabía que al verme así se iban a dar cuenta de que lo que
proyectaba no era la realidad. La verdad es que tenía miedo a ser criticada o
expuesta.
A los hombres se les hace muy fácil mantener a sus amigos,
sin importar en que etapa estén en sus vidas. Sin embargo a nosotras, no. ¿Por
qué no creemos en nuestros Wolfpacks como lo hacen los hombres? ¿Por qué
pensamos que son grupos prescindibles cuando estamos en ennoviadas,
casadas y/o con hijos? Es como si al crear nuestra propia manada,
olvidamos a la mandada que nos acompaño todos esos años antes.
Y todo vuelve a la misma respuesta de muchas de las
preguntas que nos hacemos como feministas en esta época… ¿por qué aún creemos
que estamos compitiendo?
Esta semana la realidad me dio una bofetada en la cara. Yo
siempre he peleado por el poder que tenemos las mujeres en apoyarnos unas a las
otras. Sin embargo cuando mas vulnerable me sentí, las alejé por miedo a verme
debil. Olvidé mis propias creencias y dejé de creer en el poder abismal
que tenemos al estar juntas. Mea culpa, ¡y como me arrepiendo de haberlo hecho!
Esta semana ningna me reprocho las veces que no nos vimos, al
contrario hablamos como si el tiempo no hubiera pasado y sus risas, cuentos y
abrazos me llenaron el alma de energía que era necesaria… la energía de mi
Wofpack-manada-femenina. Sin reproches, ni juzgar o decir lo que tanto temía
que dijeran cuando cancelaba. Todas sin excepción en una sola voz
dijeron… aquí estamos contigo cualquiera sea tu decisión y te apoyamos.
Por eso esta entrada quiero dedicarsela a todas las mujeres
que pertenecen a mi Wolfpack… desde mi mamá, nana, hermanas, amigas, compañeras
de trabajo, ex compañeras de escuela y todas que una a una han sido y serán
parte de mi vida. Prometo no volver alejarme…
Las quiere,
Maru Gálvez
Las vecinas también! Te perdiste la noche de vinos y cuentos en casco
ResponderEliminar